15 de noviembre de 2012

‘El toque Marhuenda’

Estoy convencida de que Paco Marhuenda, sus redactores, editores y demás compinches periodísticos al servicio de La Razón disfrutan de lo lindo cada noche jugueteando, recortando, componiendo, montando y desmontando las portadas que cada día nos regala su periódico. Por eso el producto es tan bueno, porque se cocina con cariño y pasión, cuidando cada detalle, desde el primer chupchup hasta el emplatado. Y el menú de cada día consiste en convertir la manipulación en un ejercicio creativo, transformar lo caducado en fresco. Muchos pensarán que estos collages van totalmente en serio, que estas portadas condensan la línea editorial de un diario de derechas, que son la carta de presentación de un periódico digno de ser leído. Veamos.
Portada de La Razón de hoy, 15 de noviembre.

Hoy en día, el mercado español parece estar saturado de prensa conservadora, léase facha para muchos de los fracasados sin razón ni norte, para tantos españoles abducidos por el mal que campan (y acampan) a sus anchas en calles y plazas. Muerto Público y despojado El País de buena parte de su plantilla, El Mundo, ABC y la inefable Gaceta empapelan ya buena parte de la superficie de los quioscos. A simple vista parece  que La Razón es la pata que falta, el último miembro del cuarteto que da cuerda a la derecha. Pero Paco Marhuenda, hombre muy leído (alquiló una nave industrial para almacenar todos sus libros, contaba hace poco en una entrevista) supo desmarcarse a tiempo de esta corriente simplista y, gracias a su visión, y guiado seguramente por sus muchas lecturas, ha logrado convertir un rotativo insulso y carca en un deleite para los sentidos, en todo un chachachá visceral. Muerto y enterrado el periodismo, supo que había llegado el momento de poner en práctica la lección aprendida, de cachondearse del finado adoptando aires de prensa satírica. Y dio con la receta triunfadora: portadas con poco texto, titular grande (ande o no ande), foto aderezada al gusto en Photoshop y juegos de palabras. Sorprender. Confundir. Descontextualizar. Reírse de todo (de todo lo que esté a la izquierda, que siempre habla de sí misma con demasiada flema) y, en suma, divertirse con un juego chispeante donde no merece aplauso el más cabal, sino el más transgresor y macarra. ¿Y esto tan difícil cómo se consigue? Pues invirtiendo en I+D+i, transformando la redacción del periódico en un laboratorio de retales, en la cuna de un monstruo remendado. Y si este Frankenstein del periodismo resulta tierno o cruel, todo dependerá de la mirada del lector: unos lo tomarán en serio, otros a burla, incluso muchos lo tildarán de provocador o bananero. Pero como estar en boca de todo quisqui no se consigue con medias tintas, pues hala, que rule la salsa de tomate.


Lema de la manifestación del 14N.

Algunos creen que La Razón practica el amarillismo de forma compulsiva. Es posible, pinta tiene, pero algo nos dice que no, que aquí se esconde algo más. Si las portadas de La Razón incorporasen contenidos extras y making of, podríamos escuchar de fondo (tal vez vía podcast) las risotadas de sus responsables, satisfechos de su ingenio y osadía. "¿Qué te parece si viramos la foto a blanco y negro? Resaltaríamos ese espíritu trasnochado y anacrónico del sindicalismo", "Me parece un buen concepto, ponte con ello". "Paco, qué tal si titulamos Los fracasados nos dejan", "No, no tiene sentido y canta mucho el cortapega". "¿Y Batacazo de la huelga general, sindicatos culpables", "Que no, tío, ¿no ves que lo de arriba es demasiado largo, y queda mal si usamos solo una palabra de la pancarta?". "Macho, ya lo tengo, si estaba ahí, delante de nuestras narices: Fracasados sin futuro". "Esa sí, que tiene tirón, móntala, rápido, que vamos pillados, cojonuda, es cojonuda. Con esta la liamos en Twitter". Así se gesta un trending topic. Muchos lo desean, pero pocos lo logran.

Periodismo de autor, en definitiva. ¿No reivindican algunos cineastas el retorno al blanco y negro como forma de expresión? Pues Marhuenda tampoco quiere desaprovechar las posibilidades plásticas que ofrecen los dos colores primigenios. ¿No juegan los realizadores con el fuera de campo, no apelan ellos a la inteligencia del espectador, no quieren que sea él mismo el que reconstruya la escena? Pues en eso consiste el toque Marhuenda, en dar un tijeretazo a la pancarta. La información está y al mismo tiempo desaparece, se sugiere, se desplaza a los márgenes. ¿No están repletas esas joyitas de Cannes de referencias, guiños y homenajes a masterpieces anteriores? Pues cualquier diletante apreciará que la portada de este enfant terrible es todo un brindis de montera al "¡Que se jodan!" de Andreíta. Estamos ante un arte informativo culto, trabajado y complejo, que entraña mil lecturas y al que solo el tiempo le dará su propia esencia: la razón.

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